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junio 20, 2007

La humedad del aire es un fenómeno constante aunque lo percibimos sólo cuando se estanca en nuestra piel

Anualmente se evaporan para formar nubes y retornar en lluvias más de 4 millones de litros de agua.


Las sensaciones de calor y frío que experimentamos no se deben sólo a la temperatura sino también al viento y a la humedad. Esta última no falta nunca en árboles, lagos, ríos, mares y aún en las ciudades habitadas. Los acueductos y los excedentes cloacales son fuentes tan activas de humedad como los depósitos naturales del amistoso líquido. Hablamos de la humedad invisible del aire, alimentada también por la transpiración de las plantas y las exhalaciones nuestras y de los demás animales. Esta humedad está siempre en tránsito entre la tierra y las alturas de hasta doce mil metros donde se condensa en goticas ultramicroscópicas y forma las nubes.

En este caso la hornilla llameante es el Sol, Tierra y mar son la olla con agua y al atmósfera superior es la tapa de la olla en la que el agua gaseosa se condensa en gotas. En la olla el agua se gasifica violentamente a los cien grados C. En la tierra y el mar el agua se gasifica incluso a temperaturas por debajo de las del hielo. El primer caso es vaporización y el otro del que hablaremos es la evaporización. Esto ocurre ordinariamente de modo apacible y su velocidad siempre pausada es determinada por la intensidad del calor, o mejor dicho, de la energía que reciba. Es bueno recordar que por debajo del cero grado C quedan todavía doscientos sesenta y tres grados de temperatura. De allí que la verdadera temperatura de nuestro cuerpo sea de trescientos diez grados C.

La evaporización, por cierto no tiene la culpa del malestar que sentimos cuando el sudor se adhiere a nuestra piel. Esto pasa cuando abundan nubes sobre cabezas que no acaban de caer. Llega un momento en que no puede incorporar más vapor de agua y éste satura toda la atmósfera. El aire de nuestro entorno tampoco puede absorber la humedad escapada por nuestros poros. A mayor calor mayor es la saturación de vapor en el aire y mayor es el sofocamiento que sufrimos. Es entonces cuando la brisa puede obrarnos la sensación de una caricia tan plácida como la de un ser amado. ¿Cuál es la causa de que ella o un ventilador nos refresque tan agradablemente?

Resulta que las moléculas de agua permanecen juntas a la fuerza o mejor, porque se atraen con el mismo poder de imanes con polos opuestos. Las que ascienden a la superficie del líquido toman energía de su entorno y vuelven al exterior en busca de la libertad. La superficie del agua es como una puerta abierta y por ella se disparan. Como para ese fin arrastran el calor ajeno, enfrían el lugar donde estaban. Eso explica lo grata que se pone el agua de los tinajeros y que bajo un sol ardiente el mar nos sorprenda con su frialdad en la primera zambullida. Cuando sudamos aunque el aire esté saturado de vapor, el viento arrastra las capas cálidas que rodean nuestro cuerpo y también a las moléculas de agua, que al desprenderse se llevan parte del calor que nos mortificaba.

El efecto es igual al que usted, ahora mismo, disfrutaría en las partes de la piel que soplara después de mejorarla con alcohol. Este frío sería más acentuado por la mayor volatidad de ese producto. Ya dijimos que al aumentar el calor aumenta también la humedad del aire. En efecto, a –30 grados de la humedad absoluta del aire es de 0,35 gramos por metro cúbico de aire; a –20 es de 0.90; a –10 es de 2,17; a 0 grados C, es de 4,85; a 10 grados C, es de 9,39; a 20 grados C, es de 17,19; a 30 grados C, es de 30,41; a 40 grados C, es de 50,80 por metro cúbico de aire. Es paradójico que donde falta la humedad del todo sean imprescindibles varias cobijas por las noches.

Los desiertos se tragan el 90 por ciento del calor solar durante el día, pero con el crepúsculo se desprenden del mismo porcentaje. En cambio en la tierra húmeda, los depósitos de agua líquida y las arboledas son lentas en devolver el calor atrapado en el día y por eso no son bruscas las diferencias entre las temperaturas del atardecer y las del amanecer. La humedad es pues, parte del contexto climatológico de las regiones pobladas y hace siglos los campesinos europeos constituyeron los primeros medidores de la humedad, es decir los giroscopios. De una cabulla de algodón trenzado hacían pender un bastón en forma horizontal. Este giraba hacia un lado para anunciar lluvias o hacia el otro para lo contrario. El movimiento era determinado por la cuerda al estirarse porque había mucha humedad o al encogerse porque había poca. Hoy sabemos que nuestro cabello se alarga imperceptiblemente en vísperas de un aguacero y se acorta del mismo modo cuando hace un buen tiempo.

junio 18, 2007

Van Guericke fue un noble que al contrario de los restantes se enorgullecía del trabajo y del estudio: fue el descubridor del vacío.


En la Europa feudal abundaban los señores y los señoritos que ni trabajaban ni estudiaban, por considerar que esos menesteres eran propios de la gente común. Una excepcióm sería el caso de Otto Van Guericke (1602-1682), que a pesar de la preposición de su apellido que le venía de los tiempos germánicos, gustaba de estos siempre en acción. En Magdeburgo y en la vecindad de las frescas aguas del Elba, haría el aprendizaje de las matemáticas, por las que entró para saciar su curiosidad. Nunca habría de faltarle tiempo satisfacerla, en medio de los riesgos y viscisitudes que le salieron al paso cuando atendiera el llamado de su otra vocación: la política.

Desde los días de su adolesciencia se había preguntado la razón de que no pudiéramos ver una masa tan copiosa y tan pegada a nuestros ojos como es el aire. Recuérdese que todavía la ciencia en aquel siglo no había establecido la noción de los gases. Estas cavilaciones le acompañaron incluso, cuando debió huir con su familia, espantado por las sangrientas persecusiones de que fueran los protestantes con los que estaba, durante la guerra de los Treinta Años, antes de que Magdeburgo fuera demolida y saqueada por los que pretendian representar el otro bando de la fe. Refugiado en Suecia, tuvo que aceptar para subsistir, la plaza oficial que en el ejército le ofreciera el rey Gustavo Adolfo II.

Entre las pruebas con que Otto Von Guericke deslumbraba a sus visitantes, estaba la de tocar timbres que no se dejaban oir, estaban entro de algo vacío.


De regreso en sus lares nativos, puso sus conocimientos al servicio de la reconstrucción de Magdeburgo, que el conflicto había dejado en el suelo. Nombrado Burgomestre o Alcalde, aprovechó los recursos de este cargo, para realizar experimentos con los que no había dejado de soñar. Confeccionó una bola de azufre que hizo girar friccionándola sobre un fieltro. Así produjo las primeras chispas de origen eléctrico generadas en un laboratorio. Al hacer esto y atraer con una varilla de vidrio recién frotada trocitos de papel, demostró principios de la electrostática, que un siglo después, en 1752 aplicaría Franklin en sus famosos trabajos.

Guericke era poco amigo de las abstracciones, aunque es en ese terreno donde suelen formularse la hipótesis de la investigación. En toda Europa se desató una polémica acerca del vacío, pues mientras uno repetían que la Naturaleza lo repele, otros decían que era imposible porque Dios está en todas partes. Guericke se abtuvo de intervenir en el debate y mientras se incrementaba la furia de éste, él trabajaba en el diseño de una máquina neumática. Se valió de ella para succionar el aire del interior de un cilindro, al cual estaba ajsutado un pistón que cincuenta hombres juntos no podían extraer, aunque antes de la prueba eso lo hacían como quien saca un corcho de una botella, sirviéndose sólo del índice y del pulgar.



Guericke era amigo de dramatizar sus hallazgos, porque así resultaban más convicentes. En 1654 protagonizaría la más espectacular de sus experiencias. Dos semiesferas de bronce, con 50 centímetros de diámetro cada una, se pegaban y se despegaban con la facilidad de eas latas a las que se le pone y se le quita la tapa. Sin embargo, en aquella prueba de 1654, el emperador del Sacro Imperio, Fernando III abría sus ojos desmesuradamente frente a lo que veía: grupos de ocho caballos de tiro cada uno, tiraban en sentido opuestos las cadenas de las dos semiesferas unidas sin porder despegarlas, mientras que sus cascos resbalaban sobre el suelo en que buscaban un vano apoyo!


Guericke nunca estuvo seguro de que era la presión atmosférica, la que dejaba en el ridículo la fuerza de los caballos que tiraban de sus semiesferas unidas.


Pero cuando Guericke retiró su máquina aspiradora y permitió que el aire reingresara dentro dela esfera, los dos hemisferios fueron separados con sus manos por el propio monarca. Guericke supuso que la fuerza que manetnía el pistón dentro del cilindro y a los hemisferios juntos estaba en el peso del aire, pero la evidencia de que existía la presión atmosférica le estaba reservado a Torricelli, el creador del barómetro. Los hallazgos de Guericke tocaron de lado ciertos aspectos de la biología, pero era muy temprano para interpretarlos. Uno de ellos fue que dentro del vacío de su campana de cristal los ratones morían a los 5 minutos, pero las uvas se conservaban más tiempo de lo normal. No obstante, había descubierto un camino que otros seguirían s más facilmente que él.






Los microbios más asesinos juegan el papel de reservistas en manos de los que sueñan con una guerra biológica.



Al comparar las burbujitas con la cabeza de un fósforo, nos daremos cuenta de lo ínfima que es la cantidad del gas neurotóxico necesario para matar a un hombre.





Un inocente avión fumigador podría transportar y arrojar la bomba de gérmenes, con los que se podría aniquilar la población de una gran metrópolis.

Durante la Primera Guerra Mundial los contendientes renunciaron a los gases venenosos, no por remordimiento, sino porque eran, como quien dice, un arma de doble filo, Si la dirección del viento cambiaba los gases protagonizaban la conseja del perro que muerde a su amo. Al parecer ha habido consideraciones análogas, por las cuales los guerristas no han depositado muchas esperanzas en las ramas químicas y bacteriológicas, a pesar de que tienen de ellas un arsenal tan siniestro como el de bombas atómicas y neutrones. La Organización Mundial de la Salud y la ONU levantaron un informe acerca de los microbios, virus y drogas acumuladas por los militaristas en toda la tierra.


La tosca investigación científica destinada a este fin se hace en secreto y aunque preveen los grados de infección y toxicidad de ciudades enteras con una sola bomba arrojada desde un avión, se ignoran los detalles de este armamentismo, en que la naturaleza es cómplice a la fuerza. En Vietnan se usaron sustancias que desnudaban a los árboles de inmensos bosques en el curso de veinticuatro horas. Lo mismo se hacía con las plantaciones agrícolas y frutales en víspera de cosecha, Estos exfoliantes para arruinar el trabajo de los campesinos y privarlos de alimentación se basan en fórmulas que ya se conocen, aunque de todas maneras no hay medio de neutralizarlos.


Durante la Segunda Guerra Mundial fueron inventados los nervicidas, cien veces más activos que el humo de mostaza ideado por los alemanes en el anterior conflicto. Se trata de un líquido que al ser liberado del envase que los contiene, se volatiliza. Sus moléculas viajan a tales velocidad, que un segundo después de haber caído una bomba de quinientos kilos en un lugar, quedaría saturado el espacio en cinco kilómetros a la redonda. La inhalación de este gas en un aire que lo contuviera a razón de una centésima de milímetro por metro cúbico, bastaría para desatar un cuadro fatal: excitación, pérdida del control, oscurecimiento de la visión, salivación intensa, convulsiones, colapso respiratorio y paro cardíaco.


Entre los amigos del belicismo hay unos que hablan de la guerra humanizada, que es algo así como la perversidad virtuosa o como el sadismo santificado. A ellos se deben las denominadas armas incapacitantes. Estarían constituidas por virosis de esas que le causan al enfermo la impresión de que le dieron una paliza. La Revista Salud Mundial, órgano de la OMS nos trae la sorprendente información de que entre las armas biológicas es este tipo está la encefalitis equina venezolana, seleccionada porque su índice de mortalidad es de 0,5 por ciento, aunque desencadena síntomas suficientemente agresivos para obligar al paciente a guardar cama. Como esta dolencia se tramite de animal a hombre a través de un zancudo, los genetistas de la guerra habrían logrado un virus mutante capaz de atacar sin necesidad de intermediarios.

Otras infecciones escogidas para tal propósito, son el carbunco, la fiebre amarilla, la peste bubónica, el cólera, el muermo, incluso se ha habilitado ciertos gérmenes raros, como las rickettsias causantes de la fiebre de las Montañas Rocosas. Deben salir espantos en la conciencia de los microbiólogos que han aislado los gérmenes más virulentos de cada mal, para valerse de su poder homicida, de su resistencia a las vacunas y de la inmunidad que le han comunicado contra los antibióticos.

El Bacillus antharcis del carbunco tampoco se transmite de persona a persona pero los biólogos de la muerte han logrado una cepa la cual supera ese inconveniente. Cincuenta mil bacterias desecadas, que pesarían sólo una millonésima de gramo, tendrían la facultad necesaria para desencadenar fuertes accesos de tos, color morado en las personas, trastornos respiratorios y finalmente el deceso. Al romperse una cápsula de cristal que tuviera un gramo de estos microorganismo se liberarían los necesarios para hacer sucumbir a un millón de almas. Afortunadamente, los estrategas del belicismo albergan justificadas dudas sobre la conveniencia de las armas biológicas y químicas, pues no sería con palmas que sus propios microbios los guardarían en las ciudades infectadas.

junio 16, 2007

La humanidad tendrá que tornar frente al problema de la vivienda al más antiguo y abundante material de construcción: el barro seco

Retando al tiempo e indemne ante miles de aguaceros y ventarrones, permanece la pirámides de Dahsur a pesar de que está hecha de barro seco.


En las cavernas, el primitivo se dio cuenta de que ls paredes de tierra, se mantenían frescas cuando hacía calor y tibias cuando hacía frío. Así pues, al hacer la primera casa, ya conocía esa ventaja del barro seco, el material de construcción más barato, más abundante y más accesible que hay en el planeta. Después en la vecindad de las siembras agrícolas, se levantarían aldeas con viviendas de tierra, con la que se harían igualmente primeros diez siglos de civilización, las primeras ciudades, los primeros templos y los primeros palacios. En Jericó, la urbe más antigua seguía el carbono 14, quedan todavía vestigios de las viviendas redondas, construidas con adobes hace más de cinco mil años.


En Venezuela erguidas casonas coloniales como las de Coro, testimonian la durabilidad del barro seco y su eficiencia arquitectónica. El cemento, cuya contaminante elaboración requiere temperaturas de mil grados C° y un sistema de transporte que también gava su costo, desalojó a los adobes y a los ladrillos en los edificios urbanos, lo cual es más o memos explicable. Lo que resulta difícil de entender es la razón de que el concreto armado se enseñoreara además en el medio rural, donde en una competencia de rentabilidad y de viabilidad con el barro seco, saldría con los trastos en la cabeza. Vale la pena recordar como las familias campesinas de antes, erigían sus propias moradas.


Aplicaban la más rendidora de todas las tecnologías de la vivienda. Los cuatro horcones que serían pilares de la futura casa, se conseguían en el bosque vecino, mientras que en sus aledaño se recolectaba la caña brava que recubierta de barro seco, aislaría las habitaciones del calor atrapado en las tejas. Por los canales des estas se deslizaría el agua de lluvia con la cual y a falta de acueductos, los residentes cubrirían futuras necesidades del líquido.


A pocos metros de la construcción, los niños ayudaban a hacer adobes, con el barro sacado de un pozo que se iba abriendo. A las 48 horas los adobes ya se habían solidificado para hacer las paredes entre horcón y horcón.


El trabajo lo hacían los miembros de la propia familia con la ayuda del albañil local, contratado principalmente por su experiencia en el uso de la cuchara y la plomada. Yo sé muy bien esto, porque participé con mi hermanita y mis padres, en la fabricación de la pequeña pero bonita casa ellos hicieron en San Pablo y que permanece allí, invicta al tiempo, con sus pareces protegidas por una pintada cubierta de argamasa. La referencia al tema viene a cuento, porque en los Estados Unidos y en Francia hay un movimiento para rehabilitar la importancia urbanística del barro seco, con el que se están construyendo en el sudoeste norteamericano y en ciudades como Santa Fe, confortable residencias equipadas inclusive para el moderno aprovechamiento de la luz solar.



En el suroeste de Francia y en la vecindad de los Alpes, todas las casas son de barro seco, que mantiene el calor en las temperaturas congelantes de esa región.


En París, el Centro Georges Pompidou ha montado una exposición de casas y edificios de barro seco en 30 países de la Tierra : El arquitecto Jean Dethier que patrocina el abandono del hormigón en las zonas calientes, ha señalado que sólo con el barro seco podrá tender la humanidad la demanda de 500 millones de viviendas que habrá en el año 2000. Ha dicho también que el cemento y las vigas además de que sofocan a sus moradores, implican un exagerado gasto de energía y representa un estilo arquitectónico, que no satisface las demandas espirituales del hombre.

Por otra parte Katherin Cold, socióloga urbanística de la UNESCO , ha declarado que hay hombres notables y pudientes que no se dan cuenta, en sus residencias campestres, de que están rodeados de barro seco oculto bajo el revestimiento de las paredes. El nombrado Dethier ha abierto un concurso oficial para construir cuarenta viviendas modernas y cómodas de barro seco, en la ciudad de L’Isle D’Abebau. Los arquitectos ganadores recibirán el financiamiento para finalizarlas en 1983. Si se lograra la resurrección del más viejo material de construcción recordaríamos que con el mismo se hicieron las edificaciones de la ciudad inca de Cachan en Perú, la pirámide escalonada de Dahsur en Egipto, los 6 kilómetros de la Gran Muralla China y la Torre de Babel cerca de Bagdad.

junio 13, 2007

La investigación bioquímica busca para utilizarlas en los humanos, la vacuna universal que protege la envidiable salud de los tiburones.

La investigación científica ha revelado el dato impresionante de que ni las bacterias ni los virus pueden nada contra los tiburones.


Hace tiempo que el hombre empezó a buscar en el océano sustancias que lo ayudaran a defender su salud y su existencia. Los de mi generación recordamos con horror cucharadas de aceite de hígado de bacalao que nuestros padres nos obligaban a tomar en nuestra niñez. En la época se sabía que el producto extraído del conocido pez, era muy bueno para el crecimiento y contra el raquitismo. Lo que se ignoraba era que esas propiedades se debían a su alto contenido en vitaminas A y D. Hace unos años comenzó de las prostaglandinas, compuestos que cumplen funciones importantes en nuestro cuerpo pero son como fantasmas inasibles que no se dejan atrapar.

Cuando la ciencia domine sus mecanismos de acción y las sintetice artificialmente, es probable que emerja una nueva revolución terapéutica, con signos acaso más sobresalientes que la habida con los antibióticos. Se ha demostrado que las prostaglandinas actúan en el descenso de la presión arterial, en el desarrollo de las contracciones uterinas durante el parto, en la disolución de coágulos infartantes y en la estabilización de los nervios. Pues bien, en el Mar de los Sargazos se hallaron unas fibras de las que están extrayendo las prostaglandinas en cantidades muy superiores, a las de los pocos gramos que se sacaban antes de algunos animales. Los laboratorios Upjon de los Estados Unidos esperan conseguir una potente droga por esta nueva vía.

Por otra parte, en un laboratorio especial del Instituto de la Industria Pesquera y de Oceanografía de Moscú, se han obtenido medicamentos activos a partir del plancton del mar. Los mismos están ya comercializados en la Unión Soviética y se aplican para eliminar el pus de las heridas, acelerar su cicatrización, desintoxicar el hígado y para bajar los niveles de esa fuente de la angustia moderna que es el colesterol. Del cohombro del Japón, equinodermo marino se obtiene un elíxir regulador de la tensión arterial, estimulante del metabolismo, supresor del cansancio cardíaco y acelerador de la recuperación de los convalecientes.

La historia nos dice que el arquitecto Ti del antiguo Egipto murió depuse de comerse un pez tambor, el cual lo envenenó con una sustancia detectada en su momia por los bioquímicos después de treinta y cinco siglos. Ellos saben aislar del expresado animal y de otros cuarenta que se defienden de sus depredadores con esa arma, el componente fatal que es la tetrodotoxina. Esta trabalenguas es l nombre de un veneno que eclipsó los poderes del curare, pues es cien mil veces más mortal. Dosis infinitesimales de este compuesto se están empleando ya como calmantes menos tóxicos que la indulgente aspirina y como anestésicos de mayor acción y de menos secuelas en los quirófanos.


Pastillas hechas con derivados de la sangre de moluscos obran con una acción mil veces superior a la de la nitroglicerina, sobre la circulación sanguínea.


En pulpos, jibias y medusas la industria de los psicotrópicos consigue la materia prima de un tranquilizante con el cual las personas aunque sean extremadamente nerviosas, pueden oír con mayor indiferencia el estrépito de un gran aeropuerto, o del complejo de maquinarias de una fábrica.

En el curso de estas búsquedas tanto los investigadores soviéticos como los norteamericanos recibieron la más inesperada sorpresa: los tiburones jamás de se enferman de nada porque como se comprobara poseen anticuerpos competentes para demoler a cualquier bacteria o virus que los atacara. Como se sabe nosotros elaboramos anticuerpos que eliminan sólo a un determinado germen pero que dejan tranquilos a los demás.

Huelga decir que si le quitáramos prestado ese fabuloso don profiláctico a los escualos, poseeríamos la vacuna universal contra todas las infecciones. Aunque en este camino la bioquímica se ha estacionado, se anotó un éxito al encontrar en el hígado de esos animales una compleja combinación química mejor que la cortisona contra las inflamaciones y superior como estimulante del corazón, a todos los que se venden en la farmacia.

Los soviéticos hacen experimentos con el gas de un chorro que despide un pececito del Mar Rojo para inmovilizar de súbito las fauces abiertas del tiburón que las hubiera abierto en el vano intento de comérselo

junio 12, 2007

Sólo un ejemplar disecado queda hoy de una especie de aves que tenía tantos individuos como la actual especie humana.

En 19877 los legisladores de Ohio rechazaban un proyecto de ley protectora de las palomas migratorias, mientras se burlaban del conservacionista que lo pusiera.


La corteza terrestre ha sido el escenario en que la naturaleza montó la obra maravillosa de la vida y también un laboratorio en el que se ha probado innumerables especies de criaturas descartados en su inmensa mayoría. Una de sus más amargas experiencias debió de ser la protagonizada por las palomas migratorias (Ectopistes migratorius) que durante milenios convivieran exitosamente con representantes de las razas aborígenes de nuestra especie en las grandes extensiones boscosas de la partes oriental de Norteamérica. Pertenecieron al linaje de las Colombáceas, lo que quiere decir que eran medio hermanas de la que simboliza el Espíritu Santo. Hoy, al igual que esa divinidad, no tienen más reino que el del otro mundo.

Estas palomas vieron llegar a los europeos sin sospechar la suerte aciaga que éstos les deparaban. Eso mismo les paso a nuestros antepasados indios. En el hábitat de tales aves no había ningún cereal que les suministrara los cientos de toneladas diarias de alimento que consumían. Medían cuarenta centímetros de longitud y tenían unos sesenta centímetros de envergadura con las alas desplegadas. Les era fácil ocultar al sol por la razón antes dicha y porque sus bandadas no eran ni de cientos, ni de miles, sino de millones de individuos. El naturalista Alexander Wilson calculaba su población en cinco mil millones de ejemplares en 1810.

En sus ácidos nucléicos cargaban sin lugar a dudas, el secreto de la longevidad, lo cual habitualmente guarda una relación directa con el tamaño de los seres de distintas especies. En el Museo Nacional de Washington se exhibe hoy disecada la última de estas aves, muerta en 1914, llamada Marta en recuerdo de la esposa de Washington. Se calculó que había vivido veintinueve años, que es como si un ser humano alcanzara la edad de Matusalén. Las parejas estrictamente monógamas, sólo engendraban un par de pichones al año. Gracias a su larga vida superabundante en tal forma que el expresado Wilson estimó en dos mil millones de palomas, una bandada que observara cuando las estudiaba en el Estado de Ohio.

Proyectaban una enorme sombra debido a que ocupaban un espacio de kilómetro y medio de ancho es decir cuatro y más de tres mil quinientos cuadrados y más de trescientos kilómetros de longitud. Audubón, cuya seriedad era inobjetable, apreció en mil millones de ejemplares otra bandada que tardó dos horas en cruzar el horizonte. Uno se pregunta de dónde sacaban tantas nueces y bellotas para cubrir la demanda de su alimentación. Esta era muy exigente por el combustible que gastaban durante sus viajes de nómadas que sólo se quedaban en cada lugar durante el tiempo en que hubiera que comer. Suministraban altas porciones de la llamada “leche de paloma” de sus polluelos que se conducían como virtuales máquinas de tragar bocados, con los cuales desarrollaban espesas capas de grasa debajo de sus pieles. Sus padres, que se turnaban durante las dos semanas de incubación y durante otras dos más para calmarles el apetito, los abandonaban luego. Esta era una conducta pedagógica, pues así los obligaban a que aprendieran a volar cuanto antes y a bregarse su propia subsistencia. Durante el forzado ayuno mientras adquirían el dominio del aire, se adelgazaban porque agotaban la gasolina oculta en sus depósitos de manteca. Sus migraciones no dependían de los cambios climáticos, los cuales tenían el único móvil de buscar nuevas zonas de abastecimiento. Los pieles rojas mataban los necesarios para su dieta pero los colonos las convirtieron en un negocio que llegó a competir con el de los criaderos de ganados.

A mediados del siglo pasado la fiebre del oro en California tenía su contrapartida en la fiebre de los cazadores de palomas migratorias. Incluso asesinaron al colaborador de Audubón, Guy Bradley, porque trató de detenerlos.


Estas aves al igual que los bisontes tuvieron innominados Búffalo Bill . Las diezmaban derribando a hachazos los árboles en que había hasta cuatrocientos pichones en doscientos nidos, o quemándolos para recogerlos chamuscados cuando se caían, tan rentables y apetecibles eran sus carnes. En 1900 era fulminada a guamarázos la penúltima de estas palomas. La última ya la mencionamos, se murió de vieja y triste en el zoológico de Cincinati, desde donde su cadáver fue remitido en un cajón con hielo, a Smithsonian Institute. Allí la disecaron para que las generaciones humanas de los tiempos presentes y futuros conocieran a esta especie tan sañudamente eliminada. Pudieron ser un experimento de la naturaleza que quería ver el efecto de una incontrolable explosión demográfica. Si fue así no lo sabremos nunca porque una vez más sus planes fueron entorpecidos por la inexplicable maldad en el corazón de algunos congéneres.

El canibalismo entre las carpas es una prueba de lo que pasa cuando el hombre se entromete en los planes de la naturaleza.

La vitalidad de estos peces es tal que si se le empantanan las aguas, salen y toman el oxígeno del aire exterior


En 1960, ejemplares de pez carpa fueron introducidos en la Lago Victoria , en el centro del Africa, donde eran extraños, pues estos curiosos miembros de la familia de los ciprínidos son originarios de Asia. Libres de un depredador que los controlara, en 1985 se habían comido las trescientas especies de otros nadadores que vivían allí y a falta de otro alimento se habían metido a caníbales, devorándose entre sí. El ejemplo nos ilustra sobre las consecuencias ecológicas del mal manejo de un recurso natural, Y de paso nos indicaría lo que podría pasarle a la especie humana si no aprende a vivir dejando que los demás vivan. Veamos el pasado y el presente útil de estos peces.


Las carpas son ovaladas y delgadas lo cual les facilita el acto de hendir el agua cuando se impulsan con sus únicas aletas, una en el dorso y otra en la cola, Sus colores van del pardo al pardo-amarillento y en su existencia silvestre ingieren pequeños animales y sustancias en descomposición, cuando la inflación llega a las aguas dulces que tanto les gustan. Las prefieren en reposo pero se transan con las de los ríos lentos, en las zonas templadas que habitan desde el oligoceno, hace treinta y ocho millones de años. Son auténticas jovencitas, al lado de los tiburones, que llevan trescientos millones de años haciendo lo que les place en las aguas oceánicas. Las carpas al contrario de ellos son viejas abastecedoras de la dieta humana.


Aunque los caníbales pesan hasta cien kilos, las normales no pasan de treinta y su tamaño suele oscilar entre los treinta y cincuenta centímetros. Existe un edicto en el que el rey bárbaro Teodorico amenaza a sus cocineros con decapitarlos si no le preparan éste, su plato favorito. Las hembras son tan prolíficas que ponen hasta seiscientos mil huevos por temporada. Los griegos y los romanos las empleaban como símbolo de la fecundidad. Ellas habían llegado al Viejo Continente como parte del botín traído del Asia Central por las huestes de Alejandro, Los monjes se desquitaban del ayuno comiéndose las que sacaban de los estanques en que se cultivaban.

Ofrecían, entre sus ventajas, la de reproducirse en domesticidad y la de poseer una resistencia casi milagrosa fuera del agua. Envueltas en musgos humedecidos, se conservaban vivas mientras se les transportaban a grandes distancias. Fueron ellas los primeros peces que facilitaron el invento de la piscicultura, que comenzara en la China de los filósofos de hace treinta siglos y que continuara hasta la era de los disidentes de Mao Tse Tung. Ellas han contribuido a la eliminación del hambre mortal que antaño sufrieran los miembros de la raza amarilla. Son igualmente un renglón importante del arsenal protéico de California.


Los criaderos norteamericanos se iniciaron en 1870 con ejemplares de la India. Cargan una estructura córnea y afilada en las encías y tres hileras de dientes en la garganta. Menudo problema sería el de los odontólogos que se las fueran a orificar. No son de adorno , pues están entre los poquísimos peces que mastican y ensalivan los bocados en el primer acto de digestión. Se sospecha que están organizados matriarcalmente y que los machos deben protestar contra el hembrismo. Lo digo porque las féminas de esta especie andan con un cortejo de pretendientes o esposos, uno no sabe…


Los pescadores de distintos siglos se intrigaban por la desaparición de las carpas, cuando llegaban los inviernos nevados del norte. La ictografía descubrió que hibernan al igual que los osos, para despertarse en primavera. Con este fin hinchan sus vejigas para lograr el nivel de flotación que más las conviene y guardan en sus bocas, burbujas de oxígeno tomadas del aire atmosférico que les suministrarán las dosis ínfimas de ese componente para un metabolismo casi en cero y en el que el corazón late de vez en cuando. Plinio el Viejo , que se aficionaba al sensacionalismo, aseguraba que estos peces eran inmortales y todavía se especula que pueden alcanzar los dos siglos de existencia. Pero la expectativa de los del Lago de Victoria no es tan promisoria, si continúan con esta práctica de encontrar en cada hermano un filete suculento.

Las pavas podrían ser juzgadas por promover el machismo: la arrogancia de sus galanes les suscita un éxtasis de amor.


La ciencia no alcanza a comprender el vínculo de consanguinidad entre los géneros de hábitas tan separados, como son los pavos de América y los pavos reales de la India.


El blandengue emperador Monctezuma tenía en sus corrales millares de pavos, para la alimentación de los carnívoros enjaulados en su zoológico privado.
Esas aves que tienen su agosto en diciembre se originaron hace más de diez millones de años en los Estados Unidos y México. Pertenecen al orden de la galináceas, lo que quiere decir que comparten un antecesor común con las proletarias picatierras, los aristocráticos faisanes y los altaneros pavos reales. Estos tres géneros son oriundos del Viejo Mundo, de lo cual se deduce que el cacareo en la época precolombina, era exclusivo de los politiqueros de entonces. Después se produjo un intercambio en que las gallinas se vinieron para América y los pavos se instalaron en Europa.


Los indígenas llamaban guanajos a estas aves amigas de la vida en sociedad. En su estado silvestre se conducían como los individuos de nuestra especie en las reuniones festivas. Digo esto porque en las bandadas los machos formaban grupos y las hembras, otro. Es decir, que andaban juntos pero no revueltos. Cuando en sus emigraciones a pie se les atravesaba un río, los adultos cruzaban volando mientras sus polluelos lo hacían exhibiendo su dominio natural de la natación. Consumidores de frutos y especialmente de bellotas, se daban banquetes con los insectos. De ellos obtenían los aminoácidos esenciales para fabricar las proteínas del crecimiento de sus células y sus tejidos, o para su mantenimiento.


Los gallos toman por asalto a las hembras de su harén para fecundarlas. Los pavos muy pagados de sí mismos, esponjan las plumas, abanican la cola, arrastran sus alas y dilatan el moco rojo que cargan sobre el pico, cuando sienten que sus pretendidas están en celo. Fascinadas por tal despliegue, se postran virtualmente como implorando a sus galanes que se dignen a hacerles el amor. Todas las aves de este orden poseen uñas ganchúas para excavar la tierra. El gusano o la lombriz que pudieran encontrar es bien acogido por su buche, pero su objetivo primordial es aprovisionarse de calcio que consumen al por mayor en la formación de la cáscara y la clara de huevos.
Igual que las gallinas, vuelan a los árboles para echarse a dormir desde las seis de la tarde hasta las seis de la mañana. A pesar de su relativa corpulencia, los pavos son presa fáciles de la lechuzas, los búhos y los rabipelados, matarifes que coinciden en la técnica de beneficiarlos cercenándoles la yugular, mientras están en brazos de Morfeo. Las hembras cavan sus nidos en los que depositan su colchón de plumas. Allí ponen unos catorce huevos primorosos por su color amarillo ahumado con manchas que a veces son de un relevante carmesí: Sus parientes los pavos reales, son nativos de Asia y también en sus especies los machos hacen una exagerada ostentación de sus adornos para tentar a sus frágiles consortes.


En Europa se les trataba como a los príncipes recién llegados, y se les usaba sólo como aves decorativas. Por cierto que su colorido no es real, pues se debe a las refracciones y reflexiones de la luz sobre las capas nacaradas de sus plumas. Su suerte individual les volvió la espalda cuando se les reservó como plato de honor, bien horneados desde luego, para los caballeros y paladines. Admirados además por los poetas, alcanzaron un puesto en la Iliada de Homero, en Java se les considera guardianes del Paraíso y los cristianos hicieron de ellos el símbolo de la resurrección. Para la naturaleza son simples eslabones de una cadena, encargados de ayudar en la dispersión de las semillas de los frutos que ingieren y en el control de los insectos.


El proceso del huevo alpollo: a los cinco días de incubación aparece en la amarailla una inexplicable red de vasos sanguíneos que le llevan al embrión todo lo que necesita para la criatura que se está fabricando.

El desarrollo del huevo hasta que se convierte en polluelo es el mismo en todas las ocho mil especies de aves que hay en el planeta. El del pavo se incuba en treinta días. En la amarilla el embrión se hace visible a los cinco días de haber empezado a recibir la temperatura de fiebre alta que proporciona el cuerpo de la madre. A los doce días el embrión se diferencia de la yema, con la que lo une el cordón por el que toma los materiales que le hacen falta. A los quince días dispone de órganos incipientes entre los que se destacan los ojos. A los veintitrés días el pichón está terminado, pero deberá fortalecerse plenamente durante una semana, absorbiendo el resto de los nutrientes. Al de este período, perforará la cáscara para salir al aire libre e iniciar un pío-pío más escandaloso que el de los pollitos.

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