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marzo 12, 2006

El plátano y el cambur: musa del paraíso, musa de la sabiduría, así lo bautizó Linneo

En medio de la temperatura más calcinantes, un cambural es como una cava por las enormes cantidades de calor que absorben sus hojas y que a la vez expulsan con la transpiración.

El plátano y el cambur debieron aparecer mucho después del pino y las demás coníferas, para superar el sistema de reproducción de helechos, algas, musgos y hongos, a base de esporas. Eso lo hicieron también otras gramíneas, pero las mencionadas, que todavía generan agrupaciones de flores masculinas, femeninas y hermafroditas prescindirán con el tiempo esa técnica, confiando en otras igualmente innovadora, pero que encontró pocos seguidores entre las demás fanerógamas. El plátano y el cambur, considerados hoy como subespecies, están entre los inventores de los tallos subterráneos de crecimiento horizontal, llamados rizomas.

De ellos se desprenden hijos con sus respectivas raíces que adoptarán la totalidad de las características de la planta madre. Podría decirse que son copias absolutamente fieles en las que los genes conservan intacto el orden y las funciones que adoptaran hace miles de generaciones. Es probable que con este recurso esas plantas intentaron librarse de las hostilidades del ambiente, para aguardar cambios favorables a los mecanismos de su supervivencia. De este modo lograba una autodependencia, en base a la cual no tendrían la necesidad de elaborar frutos, los cuales se explican sólo por las exigencias de la reproducción. ¿Pero son las plantas tan egoístas cómo esas gentes que lo hacen por interés?

En la inflorescencia del cambur la naturaleza hace un despliegue excesivo, porque las únicas flores útiles son las femeninas, las masculinas y las hermafroditas no son ni siquiera decorativas.

No debemos creerlos así porque la naturaleza como buena madre, le atribuye a cada descendiente aptitudes, que usará no sólo en provecho propio sino también en beneficio de las demás especies que hay en el entorno que comparte. Según esta norma, los plátanos y los cambures se prodigarían para ayudar a los seres animales de su hábitat porque estos son los eslabones de una cadena ecológica cuya armonía debe mantenerse y cuyas perspectivas deben potencializarse. Llama a la meditación el hecho de que esos frutos sean tan espléndidos, a pesar de que proceden de una sola línea de cromosomas. Como se sable, la interacción de los dos sexos tiene el objetivo de lograr descendientes más competentes y más vigorosos por el cruce de los cromosomas del padre con los de la madre.

Ya insinuamos que en el momento de sus estudios incipientes estas plantas comprendidas en el orden de las escitamíneas, producían semillas, puesto que continúan ostentando los órganos para ese fin. En algún momento debió surgir entre las flores femeninas una emancipación tan radical, que haría recordar a la dama que en la Convención de las Naciones Unidas en el año de la mujer, declaró que el hombre era un engendro porque no podía concebir ni parir. Las flores masculinas fueron así arrinconadas del todo en los plátanos y en el cambur porque estos no necesitan la polinización.

Este fenómeno de frutos con madre pero sin padre se denomina patermocarpia y en el mismo los ovarios se desarrollan por su propia cuenta y sin ningún óvulo fecundado. Con este fin se valen de una hormona del crecimiento, la auxina, descubierta en 1927, cuando se creía que esas sustancias eran exclusivas de los animales. El plátano y el cambur vienen en racimos de seis a nueve manos que aunque pesan mucho, son sostenidos firmemente por una estructura frágil y esponjosa de los peciolos de las hojas, los cuales son grandes y alargados. Abrazados unos sobre otros llegan a constituir una forma parecida al tronco de los árboles. No debemos olvidar que estas plantas son las hierbas más robustas de su familia y que sus peculiaridades son iguales a las de la grama, sus hermanitas menores.

Hay más de treinta variedades variedades en las zonas tropicales, donde se encuentran la luz solar en la abundancia que les hace falta y el agua necesaria para transpirar más de veinte litros por día. La lozanía y la frescura que se siente en medio de un platanal o de un cambural, pueden ser arruinadas por el hongo que les causa el mal de Panamá, los nemátodos que le roban la savia o las bacterias que le desatan el herequen. A pesar de estos flagelos no cesa de prodigarnos sus dones. Seducidos por el aroma del manzano y el sabor del plátano, Linneo bautizó a esos subespecies como Musa de la sabiduría y Musa del paraíso.
La Ciencia Amena. 12 de marzo de 1986

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