Traductor

noviembre 13, 2004

La dicha de Alexis Carrel por sus aciertos en la ciencia le faltó a la hora en que muriera de tristeza en la conciencia.

La Ciencia Amena. Arístides Bastidas.
Un día tal como hoy, Noviembre de 1982

Cuando en el huevo aparecen las primeras células del futuro pollo, los científicos hacen en él los cultivos de bacterias y virus, que estudian para ampliar el conocimiento y mejorar la salud humana. (Rep. Garrido).

Un hombre puede mostrar una admirable lucidez mental en todos los campos que aborde, pero eso no quiere decir que la razón lo asita siempre o que es dueño también de una moral transparente. A la luz de estas observaciones, pudiéramos vera ahora, la pujante inteligencia del científico y escritor francés Alex Carrel (1873-1944). En el campo de la experimentación, que sólo admite los hechos registrables por los cinco sentidos, logró los aciertos por los cuales recibiera merecidamente, el premio Nóbel de Medicina y Fisiología en 1912. Pero en los planos del pensamiento filosófico y de las ciencias sociales, habría de fracasar, porque hay que esperar siempre el tiempo y su veredicto.

Treinta y dos años después de ganar el premio Nóbel, Alexis Carrel sufría la pena mortal de comprobar su error patriótico, al ubicarse en el bando de los franceses que pactaron con Hitler. (Rep. Garrido).

Carrel se formó en el ambiente de una familia acomodada que, a pesar de haberse instaurado en Francia la Tercera República, se empecinaba en la defensa de las ideas monárquicas.

La nación era entonces el centro mundial de la medicina, que el muchacho habría de estudiar el inscribirse en la Universidad de Lyon, donde en 1900 alcanzaba el doctorado. En los primeros días del actual siglo, se despertó un gran interés por las venas y por las arterias, debido a que Landsteiner había descubierto el medio de identificar los diferentes grupos de sangre. Esto, permitía hacer transfusiones con seguridad, para restituir el plasma perdido por hemorragias o durante las intervenciones quirúrgicas.

Como se sabe, en el siglo pasado se había prohibido esta practica por la alta mortalidad que causaba. Carrel, que tenía una habilidad innata por el escalpelo y las pinzas, encontró después de dos meses de pruebas en animales de laboratorio, un modo de suturar con eficiencia y prontitud el extremo de un vaso abierto.

Era en el año 1902. No obstante es éxito de sus empeños científicos, decidió irse al Canadá para desarrollar un plan ganadero. Pronto se dio cuenta que no servía para eso y se fue a los Estados Unidos donde la Universidad de Chicago lo contrató como investigador.

Mientras tanto su técnica recorría los quirófanos del planeta, contribuyendo a que miles y miles de personas recuperaran el goce de la vida sana. En 1906, cuando entró al servicio de la Fundación Rockefeller, en Nueva York, llevaba en sus manos una caja de la que no se apartaba ni un instante, hasta que la abrió en el laboratorio en que continuaría sus trabajos. Dentro de la misma, había una serie de tubos de ensayo, que contenían corazones de embrión de pollos vivos. A pesar del aislamiento, crecían asimilando las sustancias nutritivas de la disolución en que los mantenía el ingenioso investigador. Un trozo de los expresados órganos sobrevivió 34 años, 4 o 5 veces la existencia que pudiera alcanzar el gallo más longevo.

Carrel no pudo resistir la tentación de considerar que las células podrían ser inmortales, aunque lo que quizás le había sucedido. Era que alimentaba su cultivo con células nuevas, sin saberlo, por supuesto. Carrel fue el primero en darse cuenta de que si los virus no se dejaban cultivar artificialmente como las bacterias, se multiplicaban bien en el embrión del pollo. En 1914 se incorporó como cirujano al ejército francés, al que aportó el “líquido de Carrel”, que consistía en un poderosos desinfectante creado por él, a base de hipoclorito de sodio, que aplicado en las heridas, hizo bajar la mortalidad y las amputaciones en el frente.

Después de la guerra volvió a Norteamérica donde afirmó que la clarividencia era un don natural. A sabiendas de que Limberg no era científico, pero tenía popularidad, lo declaró su colaborador en sus cultivos de laboratorio y en la confección del primer corazón – pulmón artificial que tuvo la ciencia para irrigar órganos de animales destinados a transplantes experimentales. En 1935, Carrel publicó su obra “La Incógnita del Hombre”, en la que insinúa la conveniencia de que los pueblos sean regidos por élites autoritarias. Esta posición antidemocrática explica que en 1940 estuviera al servicio del gobierno colaboracionista de Vichy, cuyos personeros fueron condenados a muerte y a cadena perpetua, después de la derrota del nazismo, en 1945. Carrel, que supo del victorioso alzamiento del pueblo de parís, murió de tristeza en la conciencia cuatro meses después.


noviembre 02, 2004

La Astronomía de los griegos tenía bases científicas a pesar de los falsos axiomas con que la desviara Aristóteles.

La Ciencia Amena. Arístides Bastidas.
Un día tal como hoy, 2 de Noviembre de 1982


El desconocimiento de la fuerza de gravedad hizo que Eudoxio y otros griegos, teorizaran sobre la existencia de esferas dentro de las cuales se encontraban los planetas. (Rep. Sardá)

La astronomía entre los griegos discurrió en un mar de contradicciones, en el que los aciertos de los estudiosos más inspirados, habrían de naufragar aparatosamente. Ellos estaban desconcertados porque no encontraban un punto de apoyo a la Tierra, como el que tienen una pelota o un plato en la superficie en que están colocados. Con todo y ello, les correspondió el mérito de admirable de darle una sustentación racional a esta ciencia, que entre los egipcios y los babilonios estaban asociados a la astrología y al culto de los sacerdotes, únicos encargados de observar los movimientos celestes. 600 años D.C. Tales de Mileto creaba la geometría tridimensional y deducía que la Tierra era redonda.

Dos siglos más tarde, un paisano de Tales, Hecateo, admitía esta hipótesis en sus trabajos geográficos y en su obra acerca de un viaje alrededor del mundo. Después se sumaba a la misma, Filolao de Tarento, en unos de sus escritos de filosofía especulativa. Las contribuciones más consistentes en este campo fueron las de los discípulos de Pitágoras, quienes a través de una exploración muy fundamentada del cielo, concluyeron en que había nueve movimientos circulares, que eran los del Sol, la Luna y en orden de luminosidad, los de Venus, Júpiter, Marte, Saturno y Mercurio. Estos movimientos sumados a los de la Tierra y las estrellas daban un total de nueve.

Debido a que consideraban imperfecto este número, a la luz del misticismo de sus matemáticas, se empeñaron en concebir un movimiento más, para que el total tuviera la perfección del diez. Este hecho afectó la seriedad de un extraordinario trabajo, pues por esa vía inventaron un astro que según ellos permanecía oculto, llamado la “Anti-Tierra”. Demócrito y sus seguidores estaban muy ocupados en afianzar su correcta suposición de que la materia estaba constituida por la unión de partículas indivisibles, a las que bautizara como átomos. Sumergidos en el microcosmo non tuvieron ojos, a pesar de su prodigiosa intuición, para mirar lo que hacían los astros que a la distancia parecían fulgurantes cabecitas de alfileres clavados en un mullido techo.

Platón pensó en una astronomía tan del otro mundo, que imaginaba que los astros eran carros luminosos de los dioses que paseaban por el espacio. (Rep. Sardá).

Platón dio tumbos como un ciego dentro de un cuarto oscuros en este sentido, al proponer unas veces que la Tierra era redonda, y otras, que era un disco plano, con Grecia inserta en el medio. Se dice que en su vejez, se dio múltiples golpes de pecho por haber osado estimar que un cuerpo tan insignificante como la tierra, era el centro del Universo. Aristarco de Samos se le adelantó a Copérnico en l7 siglos, al asegurar que la Tierra giraba alrededor del Sol, y que era falsa la noción de que se hallaban estacionados en un mismo lugar. Trazando triángulos imaginarios entre los astros y la superficie terrestre, hizo la primera apreciación del recorrido que hay de aquí a la Luna.

Aristarco fue acusado de contrariar las leyes divinas, aunque no se le llevó a un tribunal religioso por su herejía. En realidad, lo que había hecho era oponerse a los pretendidos axiomas de Aristóteles, quien estableciera, con autoridad de oráculo infalible, que la Tierra estaba fija, porque de lo contrario dejaría atrás a cualquier objeto disparado hacia arriba. Más grave aun fue su hipótesis de que la Tierra era la reina y señora del Cosmos, prueba de lo cual era que el Sol, la Luna y los planetas giraban entorno a ella en señal de pleitesía. Este principio era sostenido por los dominicos de la Inquisición. El temor que infundían hizo que Copérnico publicara su teoría Heliocéntrica en vísperas de su muerte.

Sin embargo, los científicos griegos dejaron aportes que demuestran que su concepción experimental de la astronomía. Recuérdese que Hiparlo pudo añadirle al mapa de las estrellas que existía en esa época, una nueva que sólo su penetrante vista pudo divisar. Hay dos cálculos de esa época que evidencian el ingenio maravilloso de aquellos hombres. Hiparlo señaló que la distancia media a la Luna era de 384.000 Kilómetros. ¡Se equivocó sólo en los 317,2 Kilómetros que le faltaron¡ Erastótenes se valió de un arco trazado entre Siena y Alejandría para determinar que la Tierra tenía una circunferencia de 40.000 Kilómetros y un diámetro de 12.800. ¡Se equivocó en 78 Kilómetros que le faltaron en el primer caso y 44 que le sobraron en el segundo¡ Por supuesto que no medían en Kilómetros sino en “estadios”, de los cuales se ha hecho la conversión.

Con la intención de que sus semillas busquen surcos por doquier las frutas gratifican con sus pulpas a los amigos que las diseminan.

La Ciencia Amnena. Arístides Bastidas
Un día tal como hoy, 2 de Noviembre de 1983


En el coco, como no hay animal que le transporte su semilla, el equivalente a la pulpa es un material fibrosos con el que ella flota en el mar mientras llega a la playa para germinar. (Rep. Sardá)

Usted consideraría que está pagando penitencia por un pecado mortal, si lo obligaran a comerse un cambur verde. Los ácidos que hay en sus células le lacerarían su lengua y le causaría una dentera de padre y señor mío, sin contar la intoxicación por sustancias indigestas y el estreñimiento que le ocasionarían los tanitos del producto vegetal en su estado jojoto. Esto le pasaría con cualquier fruta cruda en la fase inicial de su desarrollo cualitativo. Este, es el correspondiente a la transformación de unos compuestos químicos hostiles por otros amistosos y saludables. En la etapa anterior el desarrollo ha sido cuantitativo, porque el cambur sólo se ocupa de crecer hasta lograr su tamaño normal y nada más.


El tomate está entre los frutos que a falta de una semilla grande y fuerte, elaboran centenares para compensar con cantidad el déficit de calidad (Rep. Sardá)

Estamos hablando obviamente de las frutas que se rodean de una sabrosa pulpa, para garantizar a quiénes al consumirla, se convierten en el vehículo diseminador de la semilla acompañante. La biografía de estos paquetes naturales de azúcares, vitaminas y minerales, comienza cuando el polen fecunda a la cosfera de una flor. El recién llegado trae junto con su equipaje genético, hormonas que al estimular la reproducción, incorporan de un modo inexplicable, el ovario al proceso. Este, se convertirá en la corteza o concha del mango verbigracia, mientras que en su parte inferior se depositará la ofrenda camosa del vegetal.

En el centro, irá colocado dentro de la semilla y con suficientes provisiones, el embrión de una nueva planta. Esta tendencia a la compensación de sus colaboradores no la tuvieron ni las plantas primigenias, como algas, líquenes, musgos y helechos, ni tampoco las coníferas, como pinos, abetos y cipreses. N es que fueran ingratas sino que estaban lejos de su fase evolutiva en que se produciría un cambio tan inteligente, tan previsivo y sobre todo tan bien estudiado. Evidentemente, las plantas de vistosas flores estaban asistidas por dones bioquímicos negados a sus antecesoras. Fue por eso que aunque como los pinos se valieron del aire, servidor sin apetencia, para la polinización, optaron por esparcir sus semillas con la estrategia comentada.

Hace más de cien millones de años, la lechosa los nísperos, los duraznos, la ciruela, los semerucos y la totalidad de sus afines se dieron cuenta de que la experiencia de seducir con los olores de sus pétalos y la exquisitez de sus néctares a los insectos, podía reiterarse con igual provecho con respecto a los cuadrúpedos. Así pues, adornaron con matices atrayentes a sus frutas, las dotaron de sabores exclusivos y de la capacidad de despedir la más suaves y llamativas fragancias. ¿Cómo sabían que había una estrecha conexión entre la vista, el gusto y olfato con el aparato digestivo?

Hoy se sabe que para lograr esas sensaciones destinadas a conseguir socios, las plantas frutales tuvieron que resolver complicados problemas de la química. El amarillo oro del cambur aparece cuando se desvanece por innecesaria la verde clorofila que lo ocultaba. El dulce de la glucosa y la levulosa se forma cuando el almidón que ya estaba en el cambur verde, se ha unido con moléculas de agua para formar tales azúcares. Los ácidos se han transformado en compuestos amigables y la blandura del duro plátano se debe a que el oxígeno que respiraba como todo ser vivo, se combinó con el hidrógeno de los carbohidratos para fabricar agua y gas carbónico,
Los convidantes aromas tienen una explicación más enredada. En el centro de la fruta falta el oxígeno, pero hay enzimas que descomponen los azúcares, de los cuales no se desprenden ni agua ni gas carbónico como en el caso anterior, sino alcohol, así como lo están leyendo. Ese alcohol se combina con los ácidos que aún quedan, dando lugar a los ésteres. Su nombre resulta extraño, pero están más cerca de nosotros de lo que creemos, puesto que gracias a su volatilidad son los padres de todas las esencias y de los buenos olores. Son ellos los que le dan a cada fruta el sabor y las fragancias que las caracterizan. Se deduce pues que las frutas nacen, crecen, viven y mueren cumpliendo siempre un buen destin

Un tejedor anónimo hace con ultrafinos hilos de la fibrina las redes de la coagulación.

La Ciencia Amena. Arístides Bastidas.
Un día tal como hoy, de Noviembre de 1984.

Una gota de sangre no es tan inerte pues es como un mini-lago poblado por innumerables seres vivos (Rep. Aguilera)

Desde los días de la prehistoria los hombres miraron con desconcierto, el fluido escariata que escapaba aprisa y a borbotones, de las heridas en grandes vasos como los del cuello y los de las femorales. Sabían que el espeso líquido transporta el soplo de la vida porque ésta se extingue en quien lo perdiera. Entre los egipcios hubo sacerdotes que se preguntaron, por qué a través de una herida pequeña, no se salía toda la sangre, como el agua de una jofaina que se saliera toda por un simple agujero. En el siglo XV Harvey trataba de explicar científicamente el fenómeno. En la antigüedad y en el medioevo la coagulación era conocida tanto como ahora.

Todos sabían que las aberturas leves en la piel se tapaban automáticamente con parte de la sangre que emanara inicialmente. Era claro que el cuerpo tenía un sistema de detección de estas emergencias y un servicio de reparación provisional de las averías, seguido de otro encargado de la definitiva cicatrización. Pero, ¿Cómo funcionaba aquello? ¿Cuáles eran los mecanismos para dar alarma y quiénes eran los albañiles que tan oportunamente remendaban la rotura? En el siglo XVII los exploradores de la circulación, creyeron que el recién inventado microscópico les iba a dar la clave para responder tales interrogatorios. Era fundado el optimismo por lo que habían logrado ver en una sola gota cien y doscientos veces aumentada.

Fases principales del bloqueo de una herida: vaso lesionado, aglutinación plaquetaria, formación de coágulos de fibrina, aparece la fibrina, se retrae el coágulo (Rep. Aguilera)

A través del microscopio la gota aparecía como un minúsculo lago nutridamente poblado de formas vivas, entre los cuales estaban los que ahora conocemos como glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas. Sin embargo aquellos investigadores incipientes tuvieron que desilusionarse al examinar los coágulos con el mismo instrumento. Observaron de cerca la coagulación de la clara de huevo, con la esperanza de encontrar afinidades con la sangre. Al hacer las comparaciones sufrieron otra frustración, pues mientras la clara se solidificaba con el calor, la sangre lo hacía a cualquier temperatura. Los modernos microscópicos finalmente ayudaron a despejar, aunque no del todo, este camino.

Con ellos establecieron los niveles medios de células sanguíneas que debemos poseer cada milímetro cúbico: seis mil glóbulos blancos, cinco millones de glóbulos rojos y trescientos mil plaquetas. Aunque los primeros dedicados a la acción protectora de nuestro cuerpo, no intervienen en otras funciones, los glóbulos rojos tienen un papel pasivo en contraste con el papel activo de las plaquetas en la coagulación. Las fases de este proceso son de una complejidad tal que algunas permanecen ocultas, incluso a través de los potentes aparatos electrónicos, que dan hasta cinco millones de aumento. No obstante, hay interesantes pasos de la ciencia en las tinieblas de ese campo.

Cuando un vaso se rompe, las plaquetas desencadenan en sus bordes, una reacción en la que participan diferentes enzimas, con las cuales una sustancia, el fibrinógeno procedente del hígado, se transforma en una proteína de nombre fibrina. Previamente habrán intervenido en el proceso átomos eléctricamente cargados de calcio, aportados por el plasma, parte líquida de la sangre. Finalmente invisibles artesanos textiles, tejen una red de hilillos sacados de la fibrina. En esa red se hace una verdadera pesca de glóbulos de ambos colores. Todo este material se cohesiona a los seis minutos para bloquear la puertecilla accidental o indebidamente abierta. Más tarde el coágulo se solidifica, expulsando la humedad del suero o agua mineralizada que no necesita.

Hoy se denominan factores a los componentes que aparecen en las ochos fases de la coagulación. Los factores VII y VIII se extraen de las transfusiones para tratar a los hemofílicos que carecen de ellos. Esta curiosa enfermedad caracterizada porque el paciente se puede desangrar del todo por cualquier agujero, se atribuyó en el siglo pasado, a la degeneración de familias plebeyas, se restaban potencialidad genética que surge durante los cruce de sangre extrañas. Le da sólo a los hombres, y las mujeres son portadoras sanas de ella. El enigma de su formación y de su tratamiento curativo se resolverá cuando la hayamos arrancado a la naturaleza, sus secretos en el arte de la coagulación.

Recientes publicaciones de otros blogs dedicados a Arístides Bastidas: